Ya lo decía Benedetti en Angelus...

Quién me iba a decir que el destino era esto.

Eso que pensábamos de chicos, el mundo de posibilidades, metamorfosis ambulantes que éramos, todo camino, si señor...

Ver la lluvia a través de letras invertidas,
un paredón con manchas que parecen pronombres,
el techo de los ómnibus brillantes como peces
y esa melancolía que impregna las bocinas.

Más patente los domingos... los domingos fríos... grises.
Son el resumen perfecto de la nostalgia, nostalgia de que??
No puede uno ganarse una nostalgia pura, asoleada, porque nunca llegó a vivir fuerte.
No se me ha caído el techo de mi casa, ni por un momento de verdad.

Aquí no hay cielo,
aquí no hay horizonte.

Hay una mesa grande para todos los brazos
y una silla que gira cuando quiero escaparme.
Otro día se acaba y el destino era eso.

Y nunca nadie nos avisó, nos mintieron que éramos artífices de nuestras vidas, de chicos deberían decirnos la verdad, cuando nos hablaron de la existencia de los reyes magos y de papá Noel, deberían extenderse y hablarnos de la angustia, que va a ser nuestra compañera por mucho tiempo. Nadie le menciona la angustia a un niño.

Es raro que uno tenga tiempo de verse triste:
siempre suena una orden, un teléfono, un timbre,
y, claro, está prohibido llorar sobre los libros
porque no queda bien que la tinta se corra.

Es raro el tiempo apartado de la tristeza, a mi se me aflora
los domingos, en los viajes, dos minutos antes de dormir, pero principalmente
en noches de insomnio. Ahí sí duele.